Es evidente que la frustración puede provocar una gran
variedad de reacciones; por ejemplo, la agresión, la dependencia, el retraimiento,
la somatización, la apatía, el autismo o la conducta constructiva respecto a
una tarea. Un punto de vista ampliamente aceptado es el de que la agresión es
la reacción natural a la frustración que no necesita aprenderse y que las
diferencias individuales en las respuestas a la frustración son el producto de
la historia en las que las reacciones agresivas se han castigado mientras que
se han fortalecido progresivamente otros modos de conducta. El delincuente,
podemos suponer, ha sido fortalecido a descargar su agresión ante la
frustración de maneras anómicas, asociales, y que no han sido castigadas
directamente sino hasta la aparición de las políticas penitenciarias
propiamente dichas.
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